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TERESA DOVALPAGE : La boca desdentada del Riomar


Crédito de imagen: Camila Muñoz Becerra



La boca desdentada del Riomar

A Irina Pino


Cuando tienes diecisiete años y estás lista (o eso crees) para perder la virginidad, sabes de antemano que el día se te quedará grabado en la memoria como un insecto atrapado en resina. Y ya no será un día cualquiera de 1989, sino la fecha que marca tu paso de niña a mujer, como en ese bolero tan cursi que ponen en todas las fiestas de quince. Ridícula la letra, tanto como la fiesta que tú no permitiste que te celebraran porque a santo de qué invitar a un montón de gente y llenarles las panzas para que luego salgan criticándolo todo, desde el vestido de la quinceañera hasta el cake y los bocaditos. Aunque lo más odioso no eran las panzas malagradecidas de los supuestos invitados, sino el hecho de no tener novio con quién lucirte mientras el mundo se para y te observa girar al ritmo de Tiempo de vals.


Ah, pero pronto tu soledad de adolescente tímida será solo un pretérito imperfecto, piensas mientras caminas de la mano de tu pololo hacia el edificio Riomar que se alza como una moderna pirámide de cemento dividida en tres bloques por debajo del sol, por encima del mar, trasconejando un poco la canción de Chayanne. Tu pololo le dices porque es chileno. Si fuera cubano como tú sería novio. Aunque pronto pasará a una categoría superior: a la de amante, querido, concubino, templante o marinovio. Y te tiemblan las manos, se te seca la garganta como el asfalto árido de esta avenida que se extiende hasta el infinito y el corazón te corre a la velocidad del Ford del cincuenta y nueve que les ha pasado por el lado levantando una nube de polvo que te hace estornudar.


Miras de reojo a tu pololo (alto, fuerte, tan varonil y tan diferente a los novios de todas tus amigas) y compones mentalmente la historia sobre lo que aún no ha sucedido que le contarás a la Elizabeth. Porque, mona de imitación que eres, has empezado a usar el o la delante de los nombres, como hacen los chilenos. La Elizabeth, que te presentó al José, debe ser la primera en enterarse de lo que va a pasar. Cuentas con que tu madre sea la última


porque esa mujer es abogada y muy capaz de meterme en un problema legal en Cuba, lo que me faltaba, piensa usted, que ya bastante tiene con que lo estén buscando en Chile. Aparte de que no es lo mismo ser perseguido por sus ideas políticas que por haberse culeado a una muchachita de la misma edad que su hija, hasta nacieron las dos el mismo mes y con tres días de diferencia, a ver si eso no es mal agüero o aviso celestial. Usted no cree en avisos del más allá, pero de que está feo el asunto, lo está.


El Pancho dice que no tiene nada de particular, que las cubanas son tan calientes que desde los doce años tienen marido y por eso él ha remojado el cochayuyo con unas cuantas cabras chicas ya. Pero el Pancho es mucho más joven que usted y a saber si será cierto lo que dice, pues el hueón es un mentiroso de primera categoría.


Y si alguien le hiciera a su hija lo que usted está pensando en hacerle a esta cabra, ¿eh? Le sacaría la chucha, eso es lo que haría, se contesta a sí mismo, estremeciéndose porque sabe que lo peor


es la soledad. Le duele en el mismo centro del pecho. Ella, que llegó ayer de Talcahuano, más de veinte horas pasadas de aeropuerto en aeropuerto y de avión en avión, con el corazón en la boca porque es la primera vez que viaja fuera de Chile, esperaba la presencia constante del marido a su lado. Luego de tres años sin verse era lo natural, lo justo y necesario, no el encontrarse sola en una pieza sin más muebles que una cama con el colchón hundido y una mesa de pino sin pintar.


Él le habló de una reunión impostergable con los compañeros cubanos planeada desde antes de que ella anunciara el viaje. Y no le quedó más remedio que aceptarle la explicación porque su marido ha sido siempre muy entregado a la causa política, por la que dejó a su familia, su trabajo y su buen pasar y ahora está en La Habana viviendo en esta casita pelienta con tres cabros que, como es natural, ni limpian ni recogen nada. 


Ella ha venido por una semana, el tiempo necesario para iniciar los trámites y sacar a su marido de este país, faro de América Latina y todo lo que se quiera, pero que no le acaba de gustar. Dicen que Aylwin va a amnistiar a todos los del Frente que andan desperdigados por el mundo. Y si no, a ella se la ha ocurrido que podrían irse juntos a un sitio más civilizado. A París, por ejemplo, que Francia ofrece tantas facilidades por medio de la ACNUR y allá hay una comunidad de exiliados desde los setenta. Por suerte los hijos hombres ya están crecidos y se las arreglan solos y la hija mujer está terminando el liceo. ¡Lo que le gustaría a la niña conocer París!


Pero qué calor hace aquí y se abanica con un periódico llamado Granma. No entiende por qué lleva un nombre en inglés —o que parece inglés— un periódico cubano. Pero ya ella no aguanta la sofocación y menos la música que tiene puesta a todo volumen ese cabro (¿Pancho se llama?) un estrépito que se filtra por las murallas delgadísimas. Todavía está cansada, pero decide irse a caminar un rato por el malecón a ver si se refresca con el aire de mar porque le suda el cuello, le suda la espalda, le sudan


las manos al aproximarte al edificio. El Riomar, que de lejos parecía una postal turística, te recibe con una mueca desdentada. Cruzas el umbral viudo de puerta como quien atraviesa un campo minado y te enfrentas a una pared tatuada de humedad y filtraciones. Al acercarte a la escalera intuyes más que ves un hueco en el suelo marchito, un hueco del tamaño de un puño por el que asoma el hociquillo de un ratón


llaman en Cuba a los cobardes y usted se siente arratonado entre las amenazas de la madre abogada (mi hija es menor de edad y a mí no me importa lo extranjero que usted sea ni un carajo) y la presencia de su mujer a unas pocas cuadras de aquí. Debió estarse con ella hasta que se marchara, si solo va a quedarse siete días. Ah, pero ayer le dijo la cabra que por fin estaba dispuesta a darle una prueba de amor, la prueba de amor más grande, murmuró con su vocecita vergonzosa, y qué iba a hacer usted que lleva ocho meses de pololeo. Válgame Dios, de pololeo a los cuarenta y tantos


años suficientes tienes para hacer lo que te dé la gana, o como dice la Elizabeth, lo que te salga de la tota. Te afirmas en tu decisión, pero no puedes evitar el nerviosismo que crece con cada escalón que ganas, bien agarrada al pasamanos resbaloso. Subes con tu vergüenza a cuestas, con el miedo que tratas de disimular cuando entran al apartamento y el mar se mete sin permiso por la ventana abierta. Tu pololo dice algo sobre el de Chiloé mientras tú das diente con diente como si todas las olas heladas del Pacífico se encresparan bajo el vestido que tendrás que quitarte pronto porque a eso has venido. Y lo deseas, bueno, eso piensas tú, que lo estás deseando


porque la cabra me quiere, está loca por mí, se da ánimos después de pasar el cerrojo con cuidado. Y usted, hombre que es, no va a dejarla con las ganas a flor de piel. A morir perro, piensa y la toma de la mano para conducirla a la pieza matrimonial. Pero no puede evitar el reconocer que en lugar de a la chiquilla, debió haber traído aquí a la buena y santa de su mujer. Aunque no lo haya dicho, la pobre ha de sentirse incómoda en la vociferante compañía del Pancho y de los otros cabros. Cuánto mejor estaría en este departamento. El Juan y la Magda, compatriotas que viven en La Habana desde el setenta y seis, fueron a pasarse unos días a la Isla de Juventud y le dejaron la llave por si quería descansar del loquerío de la casa de seguridad. Lo que habría sido perfecto de no haber tenido que decidir entre la cubanita y su


mujer que va por la calle en ropa de deportes, ella nunca había visto tanta carne al aire libre fuera de las playas. Cómo son de provocadoras las cubanas, y de pronto se le enciende en el cerebro la luz roja de la desconfianza. No, su marido no, él solo vive para la política, la justicia social y…


Déjate de huevadas, se reta a sí misma, que hombre es y los hombres todos son iguales, más con las tentaciones vivientes que hay aquí como esa mulatica preciosa, toda pechos y muslos dorados, que se menea con el ritmo a tambor del Caribe en la cintura.


El sol cuelga del Morro y ella se apresura a cruzar la calle que rodea al malecón. No porque tenga a dónde ir, pues ni conoce la ciudad, sino para pegarse al muro de piedra y alejarse de las comparaciones, que siempre son odiosas y más cuando una tiene poco


seno que se te desparrama por entre los botones del vestido arrugado por el deseo. Tu mirada se pega al techo azul pacífico y algo desconchado y resbala por las paredes punteadas de salitre, agua u orine como el que debes contener porque te estás meando del susto. Tus ojos saltan de la colcha con motivos florales que huele a colonia hasta una polvera abierta sobre la cómoda y al cabo se detienen en un suéter de hombre tirado en el suelo. Detalles que desgranan la intimidad de los dueños de este apartamento en el que te sientes a la vez intrusa y vulnerable. Pero qué miedo, qué me está haciendo entre las piernas, si mi mamá se entera y si me quedo


embarazada no, porque ya eso sería el colmo de la mala suerte. Usted vino preparado con un condón que compró en la farmacia, aunque no le ofrece confianza pues el sobrecito venía abierto y con este calor va y la goma se reblandece. Pero mejor es no pensar en

reblandecimientos porque se le va a ir el empuje por la ventana que deja entrar todos los verdes del fondo marino. Huele a salitre y Talcahuano, donde vive su hija que este año termina el liceo y dónde estará ahora y con quién. Pero basta ya de hueveo, ni que el primerizo fuera usted y trata de alejar


la sospecha punzante de que su marido le está soplando el ojo. ¿Por qué no explicarles a los compañeros cubanos que su mujer acaba de llegar y quiere pasar más tiempo con ella? ¿Y qué reuniones urgentes tienen que hacer aquí donde no hay peligro ninguno y todos andan de vagos? Ella camina ahora con prisa, rozando el muro de este malecón al que ya odia, salpicada por las olas cubanas que se ríen de ella y de su triste condición


de última virgen cubana, como dice la jodedora de la Elizabeth, pero ya no podrás hacer nada hoy. Lo reconoces muerta de la pena porque se te cierran las piernas como si tuvieras pegamento en los mulos y él trata de abrírtelas, pero tú trancada a dos bandas y empieza el forcejeo y él grita


pero ¿no vinimos a esto? y usted apenas oye lo que le contesta con su vocecita rajada la muy pava, cubriéndose los pechos con las manos, el sexo con los muslos, doblándose sobre sí misma como un feto gigante. Para semejante lesera dejó plantada a su mujer y ya se le quitaron las ganas a usted también, que no es un violador ni va a forzar a la chiquilla. Se arranca de ella de un tirón y se va al baño sin atreverse a confesar que mejor así porque entre una cosa y la otra no estaba seguro de


que sí te quiero, no sé por qué me asusté tanto, le dices entre sollozos, ya vestida otra vez, en la sala donde hay un sofá rojo parecido al de tu casa y una cajetilla de cigarros extranjeros a medio fumar que alguien ha dejado sobre la mesita de centro, pero tú seguro que ya no me quieres. Lo que esperas oír es sí


mi amor, hasta la quiero más, le contesta usted por cumplido y un poco por lástima. Hasta le da un beso leve en el peinado deshecho y de pronto le entra una prisa inmensa por mandarse a cambiar y alejarse de este departamento, testigo de un fornicio frustrado y aunque los dos disimulan mientras bajan las escaleras de peldaños desconchados ambos saben que esta es la última vez que se verán, la última vez que caminarán juntos por el malecón que huele a sal y a sol.


El aire fresco la ha tranquilizado. Cuando su marido regrese hablarán con calma, pero no hay necesidad de seguir acalorándose por gusto, hablando sola, gesticulando que hasta se han vuelto a mirarla varios paseantes. Pensarán que hay una chilena loca suelta en las calles de La Habana. Ya se ríe de sus sospechas y al fin decide que no habrá discusión, a qué amargarse los pocos días que va a pasar aquí. Lo que hay, si es que algo hay, se acabará en cuanto salga él de este país y ojos que no ven corazón que no


siente un aletazo de miedo. Un pavor que no le tuvo ni a los carabineros ni a los milicos chilenos, pero que lo remece al encontrarse frente a frente con su mujer. Quién sabe por qué ha salido, ella que estaba tan cansada del viaje, y cómo ha llegado hasta aquí en el momento justo para cacharlo con el brazo sobre los hombros de la cabra y cara de no comprender


que el José se aleje y te deje sola en medio del malecón para ir al encuentro de una señora gordita que viene por la misma senda. La señora, que es de la edad de tu mamá, dice algo que no escuchas porque sus palabras se ahogan bajo las del José, que no es eso, mi amor, no es lo que está pensado. Mi amor, repites, pero si su amor era yo. Y suena la canción de Chayanne trasconejada cuando rompes en sollozos mientras el mundo gira y te mira llorar. El José y la mujer se pierden malecón abajo y tú, que no sabes qué hacer ni dónde meterte, das una vuelta en redondo y te mandas a correr en dirección contraria, hacia la boca desdentada del Riomar.


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Imagen del Edificio Riomar. Crédito imagen: Irina Pino


"La boca desdentada del Riomar" forma parte de la colección de cuentos En la Feria del Libro de Miami y otros viajes astrales, publicada por Editorial El Ateje. Consigue este fabuloso libro en Amazon

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Teresa Dovalpage nació en La Habana y ahora vive en Hobbs, Nuevo México, donde es profesora universitaria. Tiene un doctorado en literatura latinoamericana por la Universidad de Nuevo México. Ha publicado doce novelas y tres colecciones de cuentos. NBC News seleccionó Queen of Bones (Soho Crime, 2019) como uno los diez mejores libros latinos de 2019. De la misma serie son Death Comes in through the Kitchen (2018), Death of a Telenovela Star (2020) y Death under the Perseids (2021). En su lengua materna ha publicado Muerte de un murciano en La Habana (Anagrama, 2006, finalista del Premio Herralde), El difunto Fidel (Renacimiento, 2011, premio Rincón de la Victoria en España), La Regenta en La Habana (Grupo Edebé, 2012), Orfeo en el Caribe (Atmósfera Literaria, España, 2013) y El retorno de la expatriada (Egales, 2014).

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