Odas corporales
Dedicadas a Daniela Becerra
Oda a mi panza
No tengo memoria de cómo eras al principio, cuando ni siquiera me daba cuenta de que eras parte de mí. Tu cicatriz redondita era un eslabón de la cadena materna infinita. Tampoco recuerdo exactamente cuándo se inició la etapa de tu perseverancia, siendo mal percibida, escrutada con desdén y a veces fotografiada; lo cual me permite comprobar ex post facto que eran palpables todos tus elementos sanos y acolchados. Fui envenenada por criterios ajenos. Te encontré defectos, te ejercité con desprecio. Sin embargo, emprendiste unos esfuerzos heroicos cuando nos tocó albergar a un pequeño ser. Tú obrabas día y noche, respondiendo al impulso de la levadura que llevábamos dentro. Después, poco a poco te recogiste, sin fijarte nunca en la palabra volver. Para ti era simplemente una evolución. Ya experimentada, célula por célula, te estiraste nuevamente con gracia, y sin ningún tropiezo. En las últimas semanas te vestiste de unas rayas moradas. Analizo tu presente evolución, deseando que tu arcilla se hubiese secado en el pasado. Ahora pareces una ola acumulando materia en permanente arrugado quiebre contra la orilla inferior. Incluso la antes redonda cicatriz es un guiño de anciana. Nunca quedaste fija, jamás quedarás así. Te sabes respetar aun cuando yo no. Y ahora hay otros dos contornos redondos y rebosantes de la buena vida, sujetos de mi adoración. Me obligan a pensar, por el amor de Dios, debo adorarte también.
Oda a mis hemorroides
escrita mientras mi hija se negaba a ponerse los zapatos
Cuando cayeron las primeras lágrimas de sangre
como un milagro católico
a la taza de agua bendita,
me mortifiqué.
Estaba segura de que era presagio de alguna plaga
o la muerte.
Pero al asomarse, ustedes
proclamaron un nacimiento sagrado.
Un verdadero, varicoso Juan el Bautista
bautizando con sangre en el nombre de
la progesterona.
Ahora son como tatuajes de alto relieve
de los nombres de mis hijos
a flor de piel en un lugar oculto.
Oda al suelo de mi pelvis
Una hamaca donde se acurruca todo lo necesario
para la vida y el amor.
Un músculo marioneta cuyos hilos están atados a
la respiración, el esfuerzo y el descanso.
El eje del organismo en movimiento. Si el suelo es donde pisamos,
donde bajamos el ancla,
¿por qué no me contaron de
tu particular gravedad
hasta después del sismo del parto?
Las placas de desplazaron y
la tierra previamente firme se volvió susceptible
a fenómenos antiguamente inocuos
como estornudos y risas.
Tuvimos que dedicar cuatro meses a
sentadillas sincronizadas
con inhalaciones y exhalaciones
para evitar que la brisa de un estornudo
desatara un pequeño diluvio.
Oda a mis senos
escrita desde los márgenes de la cancha mientras mi hijo practicaba fútbol
Al asomarse, ustedes eran como
los bultos proyectados
desde el hueco de una bolsa
en la que un gato y un ratón
están atrapados, peleándose,
en una caricatura.
Protuberancias precarias
como las rodillas de un cervatillo recién nacido.
Desde entonces, conocí otra clase de atención,
un ángulo diferente de las miradas.
Después de la adolescencia sostenida
por brassieres mal ajustados
y de tela demasiado fina,
los dos se convirtieron en lámparas de pared,
elementos fijos que vienen con la casa.
Pero en lugar de una pátina, cultivaron
una colección escasa de pelos negros y esparcidos.
Más que eso, sin embargo,
mi queja principal se trataba
de la claraboya en forma de rombo
que abrían entre los botones de las camisas.
Aparte de eso, el resto del bosque
de mi feminidad
creció alrededor de
los primeros dos árboles.
El único anuncio del futuro llegó
con el vaivén de dolores,
el sistema de alerta de la naturaleza
para revisar el inventario
de ibuprofeno y todo el papel y algodón
necesarios para seguir con la vida
como si este cuerpo no tuviera superpoderes.
Cualquier dolor que hacía del correr
una tortura mecánica y medieval,
se convirtió en un malestar minúsculo
en comparación con el hinchazón del embarazo.
Nuevos brassieres, nueva ropa,
nueva figura.
Una afín a la de Dolly Parton
hasta que a ambos los sobrepasó la panza.
El primer bebé nos sorprendió.
Un diminuto cachorro mamífero,
cuatro libras y diez onzas,
nacido casi siete semanas antes de término.
El médico, la partera y las enfermeras
me mandaron a conectarlos a
una máquina lechera,
cuyos coros sibilantes
me hicieron preguntar cómo les sonaba
el pulmón de acero a los pacientes con polio.
Me mandaron a mirar fotos de mi bebé,
a oler su piyama,
cuando no estaba con él en el hospital,
para engañarlos para que pensaran
que las válvulas en realidad eran una criatura
necesitada de alimentación,
para hacerlos olvidar la herida insoportable
de estar separada de él.
Después de cinco días, un poco de espuma
emergió:
el calostro dorado.
Y no emplearé la palabra que
un hombre creyó adecuada para referirse
a la largueza dolorosa del comienzo
de su producción de leche.
Recitaron más letras del alfabeto
que jamás pensé posibles para ustedes.
Cuando la boca diminuta de mi bebé
se prendió de ustedes por primera vez,
sus milagros de repente se me hicieron evidentes.
(Ayudados por la ráfaga de oxitocina.)
Dolieron dos veces más
por dos bebés más.
Solo uno llegó a la luz
para probar su elíxir perfecto.
Tanto estirarse, hincharse,
ordeñarse, chuparse, permearse,
los dejó desgastados y marchitos.
Su antigua solidez ha pasado
a un estado de plasma,
mientras se vierten en las copas del brassiere,
en vez de vestírselas como escudos moldeados.
Su superficie, como masa de pan,
está veteada y floja,
su elasticidad se ha desplomado.
Como para consolarnos,
supongo,
nos dicen que el amamantamiento
puede esquivar el cáncer.
El tipo de cáncer que tuvieron la madre de mi madre
y la hermana de mi madre.
El tipo que puede conducir a que
los corten violentamente del cuerpo.
Los contemplo ahora, y entiendo que
no son la materia de la que
está hecha la imaginación adolescente.
Pero están aquí.
Y mis dos hijos me dicen
el nombre de un cáncer,
con la primera sílaba tónica,
como para recordarme
que aún no me aflige:
Mama.
Oda a mi cabello
Cuando era adolescente
mi madre me decía
que tú eras del mismo color
que su cabello cuando tenía mi edad.
Ella siempre andaba buscando
el tinte que la iba a transformar
en mi melliza cabelluda.
Yo, en cambio, deseaba que fueras más oscuro
como el de mi hermano,
mi hermana y mi padre.
Pero de todas las partes de este cuerpo
que me dejé convencer que eran defectuosas,
tú eras la que menos me angustiaba.
Abundante, suave y lacio,
prismático como un bosque sepia en otoño.
Cada tanto me preguntaban si te había pintado,
algo que jamás he hecho.
No tenía concepto de hasta qué edad
perdurarían tus cualidades,
en las cuales me respaldaba
cuando buscaba algo bonito en el espejo,
lo demás estando descartado.
Todas las cabelleras que conocía
de mujeres adultas, señoras, ancianas y viejitas
estaban pintadas;
faltaban referencias empíricas
para saber cómo se ve la corona desnuda de
una mujer adulta, señora, anciana o viejita.
Es decir:
no me percaté de tu inminente transformación.
Prosperaste junto con los bebés,
dejándote el lujo del opulento estrógeno.
Pero después de los partos
caíste y decaíste.
Claro, volviste a crecer,
pero cambiado,
eléctrico,
petrificado,
con un aura de ceniza.
Si eras un castaño en otoño,
llegó el natural progreso
de las estaciones.
Resulta que el cabello de mi hija
es del mismo color
y tiene la misma textura
que tú tenías antes de que ella o su hermano naciera.
Quizás ella me mira a mí
y sabe cómo se ve la corona desnuda
de una mujer adulta.
Me mirará a mí
y sabrá cómo se ve la corona desnuda
de una señora,
una anciana,
una viejita.
Emily Hunsberger es escritora y traductora. Su poesía y traducción literaria han sido publicadas en Latin American Literature Today, The Southern Review, Spanglish Voces y próximamente en PRISM. Tertulia, nombre del podcast que ha producido desde 2017, cuenta historias en español sobre cómo personas de carne y hueso en los Estados Unidos usan el idioma español para fortalecer la convivencia social, transmitir su cultura, recuperar su identidad y ejercer sus derechos.
Una versión anterior de "Oda a mi panza" fue publicada en Spanglish Voces (2021).
Crédito de imagen: Camila Muñoz Becerra
Comments