Cuando leemos esta historia entrañable que nos presenta Marcela, nos encontramos frente a un marcado contraste. Por un lado, en sus personajes son notorias las cualidades propias de otra época; por otro lado, la travesía forzosa que hace la humanidad en tiempos de guerra permea gran parte de la trama. Curiosamente, al abrir este libro, abrimos un paréntesis que nos conduce hacia un remanso de serenidad, a pesar de los sucesos que habitan sus páginas.
“Los lazos que nos unen” (Ediciones El Nido del Fénix) nos expone ante algo cada vez más escaso en este agitado mundo caracterizado por reacciones y respuestas al instante, y por la veloz e indiscriminada liberación de dopamina en búsqueda del placer inmediato. Marcela se apropia y nos muestra un fino lenguaje de la época donde la palabra vale y la interacción implica intercambios de miradas y encuentros reales. Esta obra nos confronta con el significado de la espera, acompañado, por supuesto, de una cuota de nostalgia.
Me gusta pensar en cómo, al esperar, las personas desarrollamos otras cualidades además de la misma espera. Aunque parezca pasiva, la acción de esperar es muy amplia. Implica la integridad de nuestro propio estado de ánimo, gestión del tiempo y la tolerancia a la frustración. Además, brinda la oportunidad de volverse más resilientes y favorece el desarrollo de algo de lo que estamos hambrientos en la sociedad actual: el fortalecimiento real de vínculos entre personas, cercanas y distantes. Es así como en la trama, los personajes enfrentan la espera y al mismo tiempo van adquiriendo nuevas características por la necesidad de sobrevivir a los acontecimientos del mundo que viven.
Marcela ubica a sus personajes dentro de un contexto histórico. De este modo, nos empuja a contemplar de otra forma la vida, a apreciarla a plenitud.Su narrativa se encuentra cubierta de un manto que logra envolvernos a nosotros, sus lectores, en lo que parece un inconsciente colectivo que trasciende generaciones. Esta es la fuerza del vínculo, de un lazo profundo. Se trata de la fuerza que normalmente es arrojada por una mano ancestral que nos precede y a la cual, a veces, recurrimos. Aunque aparentemente nuestros ancestros sean invisibles, tal como sucede en esta historia, ir al encuentro de esas raíces profundas que sostienen la familia se vuelve un propósito para Fernando, el abuelo o hijo en un momento dado, y en otro para Julia, la intuitiva nieta que explota su sensibilidad e inteligencia para trazar una línea, seguirla y alcanzar sus metas.
Inmersa en el contexto bélico que abarca a México y España, la familia se ve obligada a saborear la tristeza y la derrota, a dispersarse ante la persecución y traiciones. El milagro y la belleza del amor, del beso, de la complicidad de la primera vez, del compromiso que se asume en el transcurrir del tiempo y la ternura de la compenetración entre los personajes principales, se vuelven motivo suficiente para que estos tejan sueños, elaboren ideas y, a su paso, dejen señales. Señales que, como amuleto, permiten a las generaciones futuras dar el primer paso en la búsqueda de sus raíces. Atravesando mares y tierra en ese tránsito, el mundo se les revela. Al resolver sus vidas a través de sus propias historias, los personajes recorren generaciones que enaltecen la importancia de la célula social: la familia.
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“Este libro nos demuestra que la vida, por sí misma, es una narradora experta que se encarga de unir a sus personajes favoritos, a pesar de que en este relato, ellos en principio intentaron quedarse fuera de la narrativa de una historia inicial. También nos evidencia que hay lazos de sangre, aunque no necesariamente, que continúan unidos a pesar de la distancia y que los sentimientos que una vez vincularon a dos o tres personas no se extinguen, sino que se reproducen en otros. ¿Será que no sólo se heredan los rasgos físicos, sino el amor y alguna que otra conducta similar de aquellos que estuvieron antes?” Guadalupe Vera.
Esta reseña apareció originalmente en el blog La voz del narrador y fue adecuada por su autora para esta publicación.
Nancy Medellín Es originaria de Monterrey, Nuevo León. Cultiva el gusto y hábito de la lectura, la práctica de yoga y meditación. Escribe poesía, ensayo y relato. Sus publicaciones se encuentran en proceso de construcción; entre otros, su libro Ultramar. Participa en diferentes grupos y proyectos literarios que sirven de plataforma para promover lectura, escritura, a poetas, ensayistas, narradoras y narradores. Disfruta ampliamente de escribir en forma colectiva y también en soledad.
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