Caminata nocturna
Existen estrellas que provocan incendios
Flotan en el fuego
Y encienden la luz del cielo nocturno
Trato de no alimentarlas
Con la negrura de mi insomnio:
De este temblar de las manos
De evitar que todo se haga más grande
De no querer que mi llanto ensombrezca el verde del bosque
Hay ríos que atraviesan mi rostro:
Es el mar que llevo dentro
Que sale de mí por estos ojos
acuosos
Cargados de melancolía:
De que los días no sean circulares
De que mi sombra salga de mí y camine en dirección contraria
O de no percibir las gotas de rocío que trazan la curvatura de una hoja
Desvío el río con mi mano
Apenas roza mi mejilla
cambio su curso
A la respiración de mi voz:
En la voz caben todos los cantos de un bosque.
Me alimento del moho de los árboles
De eso verde que se quema debajo de una fogata
Palpo la ceniza con la que persignaré
Mi retorno a la tierra
Sé que un día
esta fogata
Será la calma de la ceniza
Donde se anunciarán nuevas cosechas
El tiempo
I.
El papel palpita,
Su pulso da rastros de vida:
Es constante, aunque a ratos el corazón se le acelera
Como el día que me dijeron que Leonora venía en camino
Que mi vientre llevaba dentro otro corazón además del mío
Arritmias que cortan el compás del tiempo
Exhala el aliento caliente de palabras
Como quietud, claridad, contemplación, hija
Significados, pronombres, el sujeto y luego yo
¿Qué le da vida a las palabras?
¿Que se nombre o que exista?
La calma de la noche se asoma a mi ventana,
Como naguales y lechuzas
Me miran fijamente, esperan mi pulso y letra
Como si de mí dependiera el crecimiento de los hongos en las hojas no escritas:
Fauna sonora del papel y el lápiz
Del sonido que rompe la hoja
Que la impregna de tinta
El papel sigue el ritmo del vientre de mi hija
Que duerme junto a mí
Su palpitar respira lento, pausado, hondo
Orquesta la quietud de mi cuarto
Sé que el papel me espera:
Quiere que trace una línea y luego otra
Ponerle un nombre
Para arrullarle
II.
Caminar y aprender a escribir: lento, rápido, rasgar con los pies la hoja de la vida. Un pie que sigue al otro, una palabra que sigue a la otra. Cómo aprender a decir mamá con la boca y luego con las manos. Te enseño las vocales: a, e, i, o, u. La “A”, un círculo con una pata, algo parecido a un monocular; la e, un caracol o una flor que se ha deshojado por el viento, dónde un pétalo apenas y permanece; la i, un palo con sombrero, la duda de una línea; la o, una boca abierta por donde pasan todas las palabras, o el contorno de un ojo, un ojo tuyo; y la u, la rebanada de una sandía o tus manos de cuenco listas para recibir.
Me enseñas a escribir, a imaginar las formas que tienen las palabras, a imaginar otra forma de caminar: soltar las piernas como la pluma, rasgar el piso como la hoja; dejar una huella, mi huella y la tuya, el color que transforma lo blanco de una hoja, tu herencia, este cúmulo de palabras, pisadas y voz que te guardo para el porvenir.
III.
La luz tarda en aparecer en plena madrugada. Al menos cinco horas deben transcurrir después del anochecer para volver a iluminarse el cielo. Lo sé porque en el sonido de la noche, eran los pasos de mi hija hacia su vida. Mi hija abría sus brazos al mundo como quien despierta para cazar los primeros rayos de sol. El dolor me avisaba su grito nocturno, el temblor de mis piernas con cada vuelta alrededor de la mesa con bordes puntiagudos. Mi dolor era la fuerza de mi hija para nacer. Este carrusel acompasaba la certeza de que la vuelta final la haría acompañada. Mi dolor: el último abrazo de esta soledad de ser sólo una.
Extinción
Un jueves al mediodía
Una luna caía en medio de un bosque de Tennesse
Giraba tanto, que su estela de luz
Se parecía a las estrellas que danzan en el mar
En una noche apenas iluminada
Al abrazarse a la tierra,
Partida en dos,
Como una sandía que se comparte en pleno verano
Se configuró como una barca
Figuras emergieron de un planeta
Donde las caras tienen cuernos
Y los camaleones dictan la dirección del navegar
¿Quién sube a esta barca en medio de un bosque?,
Venados como líneas de fuego la rodean
Se enlistan para ir a la luna.
La aves carroñeras acechan
Su parte perdida.
Un árbol es testigo
De que la luna en los jueves de verano visita la Tierra.
Rituales
Entre el marchitar y florecer,
Una voz que soy
Se escucha por mi ojo derecho
Los tendones de las flores
forman mi columna:
Brotes que anuncian los cambios,
Una flor y luego otra
Hasta formar este cuerpo
Sobre mí: una manta lechosa.
Este conjuro para no ajarme,
Para no entregar todas mis flores
Extiendo mi mano
Para mostrar aquello que se riega poco a poco:
El amor propio,
Una suculenta que requiere cuidado
Observación constante
Tierra nueva
Debajo, un tablero
Custodiado por cuatro cacomixtles
Una flor de los vientos
En sus ojos, obsidianas
Que me protegen de los otros,
De las heridas que observan
Como lechuzas en la noche
Este reflejo es mi herencia:
Una luna y un agujero negro
Fernanda Durán es mamá e internacionalista mexicana.
Nació en 1996 en Puebla donde radica y escribe sobre temas culturales y diplomacia. Ha participado en diversos talleres sobre escritura.
En sus poemas, le interesa captar lo mágico de lo pequeño y cotidiano así como compartir su experiencia en la maternidad y crianza.
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