Renata aprendió en una clase que cursaba en la carrera de biología que cada quince años las células enteras del cuerpo se regeneran. Para ella, eso quería decir que, dentro de diez años, tendría un cuerpo que jamás habría sido tocado por él.
Ese pensamiento le provocó ansiedad porque recordó las manos de ese hombre que alguna vez quiso; en la tibieza de su tacto, en el aliento a cigarrillo y el olor rancio de sus camisetas. Se imaginó entonces en medio de ese cuarto frío con piso de madera sucio y sábanas azules que olían a humedad y sudor. Recordó la blusa que llevaba puesta, porque en aquellos días en los que amó a ese hombre de ojos tristes, posaba frente al espejo sus mejores prendas para impresionarlo.
Ahora cuando rememora, ve sus ojos furiosos, las manos duras que apretaron su cuello y el calor que sintió cuando él bajó su pantalón a la fuerza. La lucha, las lágrimas y los gritos mudos. El dolor al ser penetrada sin deseo y el calor de su sangre que corrió por sus piernas cuando el cuerpo jadeante de él la liberó. Encontró ese oscuro recuerdo que trabajó en terapia con su psicóloga Genoveva.
Después de varias sesiones y por el cariño que le tomó, comenzó a llamarla Geno. Ella era una mujer cálida, amable, que le obsequió un abrazo, tal vez inapropiado, para mitigar el dolor al descubrir lo que había experimentado con su pareja.
En una sesión de terapia, Geno le contó su historia para mostrarle que la vida continuaba a pesar de la violencia y la pérdida de control; le habló de los abortos espontáneos que había tenido a lo largo de su matrimonio, del duelo que vivió por cada hijo que nunca nació y que al final, cuando se cansó de intentarlo, logró concebir a una niña que alegraba su mundo.
Una noche, Renata, decidió acompañar a Gris, su mejor amiga de la universidad, a un recital de poesía. Gris tenía una relación inestable con un poeta que se hacía llamar Jako, quien además de ser muy guapo era un hombre voluble y caprichoso. Renata sabía que si las cosas terminaban mal, como siempre ocurría en las reuniones con Jako, tendría que estar para Gris y llevarla a casa; comprar unas cervezas que se tomarían sentadas en la banqueta, leerían el tarot como juego de niñas y observarían los autos pasar conversando de lo inmaduro que es salir con un poeta mediocre.
El primer poema que leyó Jako, fue una tortura, así que Renata se levantó y fue al baño a lavarse la cara. Escuchó a unas mujeres, más jóvenes que ella, hablar de Jako, de la basura que escribía y cómo habían disfrutado cuando una mujer a la que llamaron La Hiena, expuso sus infidelidades en redes sociales. Al parecer La Hiena, se encargaba de vengar a las mujeres abusadas. Renata se perdió en sus pensamientos y deseó que La Hiena se encontrara con su abusador. Regresó al presente y salió del baño quejándose por lo que le esperaba esa noche con los poemas de Jako.
Él tenía la habilidad de elegir temas bellísimos para sus poemas y convertirlos en basura. Renata recordó que en algún lugar había escuchado que sin importar la idea de una obra, lo crucial era la manera de expresarlo. Justo cuando estaba lista para usar el pretexto de ir al baño y evitar seguir lidiando con el tono insolente de Jako, escuchó el título del siguiente poema: Somos las partículas que jamás se tocan. Le llamó la atención de inmediato y decidió quedarse.
Te vi pero no te toqué,
fuiste un cúmulo de átomos
que desbordaron, a mi tacto
y se anidaron, ardientes
buscando el camino de mi piel,
engañando al tiempo
y a la ciencia,
jugando un engaño
que parecía ser eterno.
Hoy me dueles porque ya no estás
y la memoria de tus manos,
tu sangre y tu saliva,
me hace creer
que siempre fuiste mía
pero no.
Hace poco leí
en uno de esos artículos científicos
que tanto tiempo te robaban,
que en realidad los núcleos jamás se tocan
por más que el tacto nos parezca tan nuestro.
Ahora lo entiendo:
ni las estrellas ni nuestros átomos
ni toda la vida derramada que quisimos
estuvo cerca de tocarse,
tal y como dos mundos paralelos
que están sólo para contemplarse.
En ese momento Renata imaginó esas partículas; se sintió envuelta por un sentimiento de victoria y placer. Por un instante no pensó en su odio por Jako. Le otorgó validez a su discurso y creyó, con firmeza, que era el único buen poema que había escrito; porque gracias a ese montón de palabras sin sentido, entendió que la piel de ella y la de aquél hombre que alguna vez tuvo toda su confianza, en realidad jamás llegaron a tocarse.
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Extracto del libro Somos para la oscuridad (La Tinta del Silencio, 2023).
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Daniela Villarreal Grave, nace el 12 de diciembre en Tepic, Nayarit, México. Es columnista en Chicago Tribune en Español. Becaria FONCA en Novela (2021-2022). Licenciada en Medios Audiovisuales por la Universidad Autónoma de Baja California. Diplomados en English Literature and Composition, por U.C. Berkeley y Poetry in America: Modernism, por Harvard University. Su libro Somos para la oscuridad se publicó en 2023 con La tinta del silencio. Ganadora de mención honorífica en el género de Microcuento en el Certamen Literario Internacional Lágrimas de Circe: Hacia Ítaca en Argentina (2019). Ha publicado su primera novela de ciencia ficción, por entregas: Otro mundo está viendo, en Chicago Tribune en Español. Sus cuentos han sido publicados en revistas como Espejo Humeante, Penumbria, Gramanimia, Juguete Rabioso, y Revista Literaria Monolito. Becaria en Literatura durante el Festival Cultural Interfaz; Culiacán, Sinaloa, México (2017).
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